No hay escapatoria: pasado mañana me operan. El calvo no hace más que repetírselo a la rubia. Está casi más preocupado que yo, que ya es decir. Ya te digo: le tengo ternura.
Como me enteré hace casi un mes, he tenido tiempo de ir mentalizándome. Según parece, es cosa sencilla, rajar, abrir, vaciar y volver a cerrar. Dicho así, suena facilísimo. Que me mentalice, sin embargo, no quiere decir que no me preocupe. Tengo autocontrol, pero no tanto.
Casi me jode más el posoperatorio. Con lo movida que soy, eso de la convalecencia me toca bastante las narices. Quién te dice a ti que no salto del sofá y se me abren los puntos, no quiero ni figurármelo.
Como ves, hablo de ello con la mayor naturalidad, pero te lo confieso: tengo miedo. No me gusta que me abran en canal, ni que me anestesien. Eso de la anestesia, es que da repelús. ¿Y si luego no me despierto?
La verdad, no vivo mal. Hago lo que me da la gana, me ponen de comer y de beber, duermo donde quiero, araño lo que se me antoja. Es cosa sabida que cuando la vida a uno le sonríe, la perspectiva de perderla se hace muy cuesta arriba.
Haciendo balance, me doy cuenta de que vivo bastante mejor que otros de mi especie. No hay más que verlos, desde la ventana, llenos de legañas, rebuscando en la basura en busca de alguna porquería que llevarse a la boca. Creo, siendo humilde, que debo estar agradecida por lo que tengo. A veces me paso de egoísta, ya lo sé. Qué me costará ser un poco más expresiva con los panolis, sin ir más lejos. Si ya te digo: en el fondo, les tengo cariño. Pero este orgullo mío, esta altivez, que me domina.
Estos dos días voy a intentar vencer mis prejuicios y acercarme más a ellos. Qué coño: necesito mimos, cercanía. Sí, vale, soy vulnerable. ¿Pasa algo?