viernes, 30 de enero de 2009

RASTROS


La rubia lleva un tiempo enganchada al Facebook ése. El calvo, sin embargo, se resiste. Y no es porque no le guste chafardear en las vidas ajenas -que le pierde-, sino que le inquieta que sus antiguos compañeros del colegio lo juzguen poca cosa, a la luz de sus circunstancias.

Y, a decir verdad, tampoco me extraña: de sus excondiscípulos, el que no es escritor, trabaja en Estados Unidos. Hay médicos, notarios, diplomáticos y hasta presentadores. El calvo, ante la comparación, opta por lo de siempre: esconderse.

Es, ya sabes, persona de cortos recorridos. Su currículum cabe en un sello.

Consciente de sus carencias, cuando puede, se da postín. Como con una prima suya, diez años menor, a la que trata de deslumbrar cuando chatean por el Messenger. A la que puede, el calvo mete una frase en inglés, o se hace el interesante citando una película de Truffaut. A mí es que Truffaut me apasiona, dice, esperando impresionar a su prima. ¿Has visto Los cuatrocientos golpes?, es una obra fundamental, remata.

Cuando apaga el ordenador, el calvo, liberado ya de cualquier escrutinio, se tumba en el sofá. Aparta las revistas de coches con el pie, se rasca la entrepierna y enciende la tele para ver un reality con una cerveza en la mano. Y sí, también eructa.

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viernes, 23 de enero de 2009

VISIONES


El calvo lleva ya unos cuantos meses que duerme como el culo, no sé si lo he comentado alguna vez. Es que a veces me repito, soy consciente: falta de atención, ya me lo decía mi madre.

Pues eso, que apenas pega ojo. Se acuesta y se pasa las horas dando vueltas, con lo que tampoco deja dormir a la rubia, que, con el humor que se gasta, acaba montándole un pollo que te cagas. A veces, por probar -y por evitar broncas-, el calvo se queda toda la noche en el sofá, a ver si el cambio de escenario ayuda. Pero quia: más de lo mismo.

En el sofá, se tapa con un par de mantuchas, acurrucado en posición fetal. Yo, que no es por decirlo, pero estoy a la que salta, aprovecho y me tumbo encima, porque, como sabes, sus lorzas lo hacen confortabilísimo. Al final, mal que bien, se duerme, y ahí empieza lo peor.

El poco rato que logra dormir, el calvo se lo pasa soñando. Unos sueños delirantes, que conozco porque, por las mañanas, se los cuenta compulsivamente a la rubia. Sueña, por ejemplo, con la primera vez que una niña le dio calabazas, cuando tenía trece años. Fue el primero de su ya legendaria serie de fracasos vitales, sin viso alguno de terminar en un futuro próximo. Según comenta, por las noches se le aparece la niña, E. -pongo sólo la inicial por si las demandas: no soy gilipollas-, diciéndole que lo suyo es imposible, que son demasiado jóvenes. Que si tuvieran ya los catorce, otro gallo cantara. El calvo se pasó ese año de hormonas encabritadas contando los días. Cuando por fin llegó la fecha prometida, la muy ladina volvió a obviarlo, esta vez sin molestarse en dar razón alguna.

Se despierta gimoteando, entre sudores.

Esta mañana, sin ir más lejos, mientras desayunaba, ha contado cómo anoche soñó que se presentaba desnudo al último examen de la carrera. Entraba en el aula en pelotas, llevando sólo el DNI en una mano y un boli en la otra. Luego, incapaz de contestar una sola pregunta, dejaba la hoja en blanco y se iba corriendo, entre las risas de sus compañeros.

A veces me pregunto si estoy en buenas manos.

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martes, 13 de enero de 2009

ABISMOS


A los panolis, definitivamente, se les ha jodido la venta del piso. Una catástrofe, según ellos. A mis ojos, no hay cambio alguno: sigo viéndolos igual de pringados. Dura lex, sed lex.

En el fondo, ellos sabían que la cosa no iba a salir. Tanta buena suerte, en su caso, no es posible. La rubia, mismamente: de verse en un todoterrenazo, a comprarse deprisa y corriendo un cochezucho de dos mil euros, para salir del paso. Ya sabes que el suyo se lo destrozaron no hace mucho. Lo que te digo: que los ha mirado un tuerto.

Estos días, el calvo la lleva a que le hagan ejercicios de rehabilitación, porque ha quedado algo tocada del cuello. Cada día, a mediodía, se montan en el coche de él -el superviviente-, y a la clínica. El calvo, así, ejerce de marido solícito, que no le viene mal, de tanto en tanto.

La rubia, estar de baja es algo que lleva fatal. Como es de natural hiperactivo -qué diferencia con el otro, a medio camino entre humano y koala-, eso de pasarse el día en el sofá como que no va con ella. Así va, toda dejada, con una ropa de estar por casa que da repelús.

Yo, por mi parte, le he cogido gusto a subirme a la cornisa de la chimenea. Está calculado: del brazo del sofá, a la tele, de la tele, a la cornisa. Desde allí, al lado del Buda dorado -al calvo es que lo dorado lo pierde: es como las urracas- puedo contemplar todo el salón. Me da una sensación de poder que te cagas.

Parece mentira lo que hace ver las cosas desde las alturas.

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jueves, 1 de enero de 2009

ETAPAS


Parece ser que ha cambiado el año. A mí me la refanfinfla, pero lo que es, es. Ya ves tú la novedad. Un número de cuatro cifras, qué importancia tendrá para regir la vida del mundo entero. Una más de tantas gilipolleces que no ocurrirían si los gatos domináramos la Tierra.

Pero bueno, analizando la situación, veo mal a los panolis. Cuando lo tenían en la mano, ha vuelto a complicarse lo del piso. Encima, a la rubia le dieron un golpe con el coche y ahora lleva collarín. El coche, a la chatarra.

La verdad, esta gente a veces me preocupa. Los veo tan indefensos, en sus penurias, que hasta, muy de vez en cuando, me darían ganas de hacer algo por ellos. Conmigo no se portan mal: hago lo que me da la gana. Cuando quiero comer, como, cuando quiero arañar, araño. Es tal su desazón que, como te digo, les tengo ternura. Hay que ver cómo me ablando. Deben ser las fechas.

Y qué coño, la razón última: es que si ellos van a la ruina, yo caigo detrás. A ver quién me compra el pienso que como. De a catorce euros la bolsa, de veterinario, nada de Mercadonas ni Carrefures. Si es que como mil veces mejor que ellos, que rara vez pasan de la marca blanca. Lo que te comento: que me llevan entre algodones. Va a ser porque no tienen hijos, y descargan en mí las paternidades frustradas. De cajón.

A ver si se soluciona el tema económico y los veo respirar algo más tranquilos. Como promesa de Año Nuevo, me he propuesto ser más empática. A ver lo que duro.

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