domingo, 21 de septiembre de 2008

FLANCOS


Definitivamente, me estoy ablandando. Lo digo por el ronroneo: cada vez lo hago más. Esta tarde, sin ir más lejos. Estaba el calvo vegetando en el sofá -su actividad más frecuente-, y me ha agarrado de repente para depositarme en su panza. Y yo, en vez de largarme corriendo, como sería lo habitual, mira, que me he quedado. Y no sólo eso: me he puesto a ronronear como una condenada. Como te lo cuento.

Sé, porque me gusta instruirme, que esto del ronroneo es propio de gatos jóvenes, y que, con la madurez, suele ir desapareciendo. Pero qué quieres que te diga: me preocupa. Yo es que, ya sabes, tengo mis puntos débiles. Otra cosa muy distinta es que los reconozca.

Desde siempre me ha gustado hacerme respetar. Dosificar los cariños y prodigar los bufidos. No voy a engañar a nadie: en tanto que gata, mi prestigio reside en mi altivez. Para sumisión estúpida, los perros, ya lo sabes.

Por eso, esta tendencia mía al arrullo empieza a tocarme la moral. Voy a ponerle freno desde ya.

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