Como lo más probable es que nadie me conozca, dada mi limitadísima vida social, iniciaré este cuadernillo presentándome. Me llamo Mina, tengo dos meses y medio -casi tres-, y soy una gata siamesa y callejera. Me recogió una pareja -él, calvo, ella, rubia- y desde entonces vivo con ellos. No se portan mal conmigo, aunque el calvo es un poco pesado, y pretende que los mininos tenemos ganas de jugar las veinticuatro horas del día. Tendré que tener paciencia.
Mis jornadas se reparten entre dormir, comer y cagar, si se me permite la expresión. Yo es que soy muy de la calle, aunque esto creo que ya lo he dicho. Ah, también ronroneo bastante. Es un truco de una eficacia que te cagas -otra vez, se me escapa-. Están éstos viendo la tele, llego, les ronroneo un poco, y me dan lo que les pida. Así son de primarios.
Al contrario que otras de mi especie, no soy nada golosa. A veces pretenden obsequiarme con unas bolsas de carne en salsa que les dio la veterinaria. Se volverá loca, les aseguró con una mano, mientras con la otra les sacaba cincuenta euros. Loca dice. Yo, lo máximo que hago es lamotear el caldillo, que está bastante pasable. La carne se me antoja como revenida, aunque el pelmazo del calvo me la deja en el platillo hasta que me la tengo que comer por cojones. He probado a tirarla, pero mis fuerzas bimensuales no me alcanzan para volcar el comedero. Todo llegará.
Me gusta mucho más el pienso, dónde va a parar. Sabe así como a pollo al chilindrón. Esto lo sé porque, de muy joven, mi madre me dio a probar un trozo de pechuga al chilindrón que sacó de una bolsa de basura. Casi ni lo recuerdo, es que ya digo, era muy joven.
Mi madre, otra que tal. En la urbanización tiene fama de buscona. Más que fácil, es obvia. Me parió con otros seis, cada uno de un color. Yo he salido siamesa-siamesa, como ella. Aunque zorruna, hay que reconocer que la vieja no está nada mal. Eso sí, algo castigada. La vida al aire libre, es lo que tiene. De vez en cuando la veo deambular desde la ventana. Creo que le han hecho otro bombo. Creced y multiplicáos.
A veces echo de menos a mis hermanos. El mayor no llegó ni a los quince días, Dios lo tenga en su gloria. Lo desmembró un perro -también callejero- en un descuido de mi madre. Que la muy descastada, ni siquiera un maullido de dolor. Una boca menos, debió pensar. Total, no sé para qué querrá tanta leche.
Me voy por las ramas. A lo que iba: que me abro un blog. Ya que no me dejan salir de estas cuatro paredes, voy a ver si la red me da lo que ellos me niegan. Entretenimiento, básicamente. Y, por qué no decirlo, me apetece dejar huella de mi paso por este mundo. Así, cuando yo falte, se me recordará. Yo es que no soporto pasar desapercibida.