martes, 12 de mayo de 2009

COTOS


El sábado, los panolis volvieron a media tarde de casa de los padres de la rubia. Como de vez en cuando me gusta darles cancha, me acerqué a los pies del calvo a ronronearle un poco. Que para qué: su pantalón echaba una peste a perro que te cagas. Me metí debajo del sofá y no salí hasta que se lo quitó.

Según cuentan, el perrucho ése ya está algo más crecido. Que debe ser cierto, porque ya te digo, apesta cosa mala. Qué asco de animales.

Y encima, ahora al calvo le ha dado por controlarme. Para joderme, deja siempre cerrado el armario del vestidor, y me quedo sin cajones ni toallas donde acostarme. Yo, la verdad, te diré que últimamente me columpiaba un poco: empecé metiéndome en el cajón de las bragas y últimamente ya dominaba el armario entero. Y además, desde la estantería de arriba, iba pescando con la pata los calcetines del calvo. Que cuando llegaba y veía la montaña de calcetines en medio de la habitación, se ponía que parecía que le iba a dar algo.

Es cierto que quizá me sobrestimo. Siempre pienso que lo voy a torear, y, de vez en cuando, le da por ponerse en su sitio.

Es lo que hacen todos los cobardes: atreverse con el más débil.

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3 comentarios:

Blogger Piru ha dicho...

He tenido creído que los gatos eran un poquito envidiosillos, celosos más bien. ¿Os ocurre también a las gatas, o todo es producto de una especie de leyenda negra?

19 de mayo de 2009, 13:32  
Anonymous La Rubia ha dicho...

puf, esta va de sobrada pero es lo más celoso que te puedas echar a la cara.

Por cierto, guapa, ten cuidado con el armario porque ayer casi te aplasto confundiéndote con una toalla arrugada al fondo del armario.

2 de junio de 2009, 16:38  
Blogger gamar ha dicho...

Hay que ponerse del otro lado también.

18 de noviembre de 2009, 22:01  

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