RASTROS
La rubia lleva un tiempo enganchada al Facebook ése. El calvo, sin embargo, se resiste. Y no es porque no le guste chafardear en las vidas ajenas -que le pierde-, sino que le inquieta que sus antiguos compañeros del colegio lo juzguen poca cosa, a la luz de sus circunstancias.
Y, a decir verdad, tampoco me extraña: de sus excondiscípulos, el que no es escritor, trabaja en Estados Unidos. Hay médicos, notarios, diplomáticos y hasta presentadores. El calvo, ante la comparación, opta por lo de siempre: esconderse.
Es, ya sabes, persona de cortos recorridos. Su currículum cabe en un sello.
Consciente de sus carencias, cuando puede, se da postín. Como con una prima suya, diez años menor, a la que trata de deslumbrar cuando chatean por el Messenger. A la que puede, el calvo mete una frase en inglés, o se hace el interesante citando una película de Truffaut. A mí es que Truffaut me apasiona, dice, esperando impresionar a su prima. ¿Has visto Los cuatrocientos golpes?, es una obra fundamental, remata.
Cuando apaga el ordenador, el calvo, liberado ya de cualquier escrutinio, se tumba en el sofá. Aparta las revistas de coches con el pie, se rasca la entrepierna y enciende la tele para ver un reality con una cerveza en la mano. Y sí, también eructa.
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