jueves, 25 de diciembre de 2008

EXCESOS


Pues ya estamos en las famosas Navidades. La verdad, a mí me dan bastante igual: total, son las primeras que vivo. A los panolis, sin embargo, les revientan. Por alguna razón que no alcanzo a comprender, son alérgicos a las reuniones familiares multitudinarias. Asociales perdidos, no hay más que verlos. Encima no ponen ni árbol siquiera. Con lo que me entretendría tirando las bolas al suelo. Mierda de ateísmo.

Ellos prefieren montárselo solos. Anoche mismo, para la cena de Nochebuena, la rubia puso una mesa que te cagas. Mucho de todo -la mitad, congelado, no te vayas a pensar-, pero lo que más, alcohol. Si esos hígados hablaran.

El calvo llevaba todo el día ansioso por ver el especial de Raphael que daban en la tele. Al empezar el programa, ya con unos cuantos vinos en el cuerpo, se puso a berrear las canciones cosa mala -hasta se subió a la mesa de centro, en pleno delirio-. Llegó incluso a grabarse en vídeo haciendo el imbécil. Yo, desde mi cojín, hacía como que la cosa no iba conmigo.

El calvo es que se ha convertido en un fanático de Raphael. Antes, como lo moderno era abominarlo, lo abominaba; ahora, como lo moderno es idolatrarlo, lo idolatra. Ya sabes que él suele ir donde lo lleva la corriente, como buen chisgarabís.

Otra pasión navideña que tiene son las gambas: en casa de los panolis, otra cosa no habrá en Navidad, pero gambas congeladas, a capazos. Lo observaba engullirlas una tras otra, hasta que perdí la cuenta. Es lo que tiene haber crecido en el extrarradio: que te ponen un plato de gambas y te crees Onassis.

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martes, 16 de diciembre de 2008

RASGOS


Lo que es, es: tengo la casa llena de pelos. En el sofá, en la cama, en el tapete de la mesa, hasta en el teclado del ordenador del calvo. Esta noche, sin ir más lejos, al llegar a casa comentaba que, al ir a llamar, se había encontrado un pelo mío incrustado en su móvil. Así mismo.

Hay que reconocer, sin embargo, que tanta pilosidad tiene sus ventajas: abriga que te cagas, por ejemplo. Ahora que esta casucha parece un iglú, yo estoy más ancha que larga. Como llevar una manta eléctrica incorporada, no te digo más. Los panolis, sin embargo, venga a tiritar: ya sabes que no tienen un duro, por lo que su sistema de calefacción da más risa que otra cosa. Lo normal en ellos, por otra parte.

Y estará mal que yo lo diga, pero la tonalidad de mi pelaje es de lo más elegante. Amarfilada en el cuello, marrón café en el lomo y negro negrísimo en orejas, cara, patas y rabo. Una cosa digna de ver, lo dicen todas las visitas. No quisiera caer en el racismo, pero hay variedades de gatos que, estéticamente, no valen una mierda. Los sieteleches, que los llamaba mi madre. Gatos de baja estofa, sin linaje ninguno, ni de aquí ni de allí.

Yo, sin embargo, todo lo contrario: siamesa no pura, purísima. Con denominación de origen, vamos.

Sé que despierto envidias, pero me da igual. Como comprenderás, a mí el prójimo suele importarme un pimiento. Por no decir otra cosa.

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miércoles, 3 de diciembre de 2008

PENUMBRAS

Creo que nunca lo he comentado, pero en la oscuridad, yo veo de maravilla. Eso, que no necesito luces para llevar a cabo mis quehaceres nocturnos. Si quiero ir a la cocina a comer o aliviarme, voy y ya está. Sin rozar ni un solo objeto, con una precisión cirujana. Como llevar faros incorporados, una cosa acojonante.

Los panolis, sin embargo, para qué contarte. La rubia, por alguna razón que no comprendo, insiste en no encender la luz del pasillo cuando se levanta para ir a trabajar, aunque aún sea de noche. Y claro, se pega unos hostiazos que lo flipas contra el marco de la puerta del baño. De sainete, ya te digo. El calvo, mejor ni mentarlo: si ya no ve tres en un burro a pleno sol.

Los primeros minutos de los días de la rubia son impagables. Cuando por fin consigue entrar y salir entera del lavabo, se va derecha a la cocina -ya con la luz encendida- a tomarse el café. Esa mujer, sin café matutino, no sabe ni cómo se llama. Se lo bebe casi de un sorbo, en pijama, con los ojos aún medio cerrados. Yo, mientras, la observo fascinada. Tambaleándose, va al vestidor, se pone lo primero que pilla -el glamour y ella no se llevan-, y sale dando un portazo porque, como siempre, pierde el tren.

Yo la escucho montarse en su cochezucho y salir disparada hacia la estación, luchando contra el reloj. Es que vive siempre en un perpetuo combate contra sus minutos. Que por cierto, tendrías que ver el coche que lleva. Un trasto del año de la sarna con más bollos que kilómetros. Ahora, para compensar, tiene apalabrado un todoterreno que es casi más grande que la casa entera. En nuestra urbanización, a casi todas las protocuarentonas les da por lo mismo: todoterreno. Cuanto más grande, mejor, que parece que da mucho postín. Encima, los panolis, como el trasto no pasa por la verja de entrada, tienen que hacer obras para ampliarla. Lo que lees.

Tú me dirás si esta gente no está de psicoanalista. Yo, mientras tanto, ante la estupidez ajena, oír, ver y callar. Como me enseñó mi madre.

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