lunes, 29 de septiembre de 2008

INQUIETUDES


No hay escapatoria: pasado mañana me operan. El calvo no hace más que repetírselo a la rubia. Está casi más preocupado que yo, que ya es decir. Ya te digo: le tengo ternura.

Como me enteré hace casi un mes, he tenido tiempo de ir mentalizándome. Según parece, es cosa sencilla, rajar, abrir, vaciar y volver a cerrar. Dicho así, suena facilísimo. Que me mentalice, sin embargo, no quiere decir que no me preocupe. Tengo autocontrol, pero no tanto.

Casi me jode más el posoperatorio. Con lo movida que soy, eso de la convalecencia me toca bastante las narices. Quién te dice a ti que no salto del sofá y se me abren los puntos, no quiero ni figurármelo.

Como ves, hablo de ello con la mayor naturalidad, pero te lo confieso: tengo miedo. No me gusta que me abran en canal, ni que me anestesien. Eso de la anestesia, es que da repelús. ¿Y si luego no me despierto?

La verdad, no vivo mal. Hago lo que me da la gana, me ponen de comer y de beber, duermo donde quiero, araño lo que se me antoja. Es cosa sabida que cuando la vida a uno le sonríe, la perspectiva de perderla se hace muy cuesta arriba.

Haciendo balance, me doy cuenta de que vivo bastante mejor que otros de mi especie. No hay más que verlos, desde la ventana, llenos de legañas, rebuscando en la basura en busca de alguna porquería que llevarse a la boca. Creo, siendo humilde, que debo estar agradecida por lo que tengo. A veces me paso de egoísta, ya lo sé. Qué me costará ser un poco más expresiva con los panolis, sin ir más lejos. Si ya te digo: en el fondo, les tengo cariño. Pero este orgullo mío, esta altivez, que me domina.

Estos dos días voy a intentar vencer mis prejuicios y acercarme más a ellos. Qué coño: necesito mimos, cercanía. Sí, vale, soy vulnerable. ¿Pasa algo?

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jueves, 25 de septiembre de 2008

BOCHORNOS


Una de las cosas que, decididamente, tengo que superar -no sé si te lo he dicho-, es mi exagerado miedo al ridículo. Te explico. Ya sabes que, en tanto que gata, tiendo a mostrarme esquiva, distante incluso. Forma parte no sólo de mi carácter, sino de la idiosincrasia de la especie. Y no es que yo lo diga. Se sabe desde tiempos inmemoriales.

Como no soy un perro, no tengo demasiadas oportunidades de quedar en evidencia. No ladro inútilmente a cualquiera que pase por delante de casa, no me tiro encima de un pisotón el plato de la comida, no voy manchando de babas por donde paso. Me gusta, en suma, mantener las distancias, permanecer en mi sitio. Prestigiarme, en una palabra.

Lo malo es que, a veces, como a todo el mundo, me ocurren cosas que querría evitar, porque luego me dan ganas de que se me trague la tierra. Como hace un rato, sin ir más lejos. Lo cuento aquí a modo de terapia, para no dejármelo dentro -me lo aconsejó mi madre: no te guardes las cosas para ti, cuéntalas-. Resulta que, chafardeando, he encontrado en el trastero una bolsa de plástico de ésas que les dan a los panolis en el supermercado. No sé cómo me las he gobernado, que he acabado metiendo la cabeza por una de las asas, y no había manera de sacarla: la bolsa me quedaba colgando por encima del lomo, con la abertura en dirección hacia delante.

Y a mí, no se me ocurre otra cosa que echar a correr, para ver si, con el impulso y la velocidad, la bolsa se me desprendía del cuerpo. Nada más lejos de la realidad: al yo correr, la bolsa se ha ido hinchando, de forma que, pasillo adelante, sólo debía verse una especie de globo de colores que avanzaba hacia el comedor. Y además, como la física no perdona, un efecto freno que te cagas. Por más que corría, apenas conseguía avanzar. Qué situación tan humillante.

Los panolis, que me han visto, han empezado a descojonarse. El calvo, llorando de risa, que si parecía un avión militar de ésos que aterrizan frenando con un paracaídas. Imagínate cómo me he sentido. Para qué contarte.

Al final, he conseguido quitarme la bolsa de encima. No voy a colgarme medallas: me he metido debajo del sofá. No he tenido valor de dar la cara. Las vergüenzas prefiero pasarlas en la intimidad.

Voy a tardar en recuperar mi autoestima después de este desagradable incidente, pero pienso conseguirlo. Para empezar, a la hora de la cena saldré dignísima y haré como que no ha pasado nada. Igual ya ni se acuerdan.

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miércoles, 24 de septiembre de 2008

VIRAJES


Tengo que reconocer que los panolis, a veces, aciertan. Como cuando, en la última reforma, decidieron poner el parquet. Ahora que viene el frío, es la mar de agradecido. Por lo calentito y todo eso. Que parece ser que es porque lleva no sé qué capa aislante, pero desde luego, que da gusto tumbarse.

No hay comparación con la cocina o el cuarto de baño. Allí, azulejo puro y duro. Se te hielan las patas. Lo digo por experiencia, que conste.

El parquet, lo único, es que es poco adherente. Yo misma derrapo en las curvas del pasillo a la que elevo un poco la velocidad. El pasillo es que es bastante jodido. Yendo a paso tranquilo, no presenta dificultad alguna, pero a la que aceleras, la curva del despacho -el cuartucho del ordenador, recuerda- al comedor se vuelve toda una horquilla.

La clave está en el juego de caderas. Impulsarse lo justo saliendo de una puerta para entrar por la otra sin estamparte contra el zócalo. Yo, ahora mismo, soy capaz de recorrerme la casa entera a todo correr casi sin tocar con nada. Cuando noto que pierdo el control de las patas traseras, clavo las delanteras y enseguida estoy otra vez derecha. Menos en la curvita de los cojones, que, por más que haga, me voy contra una esquina. Los planos, que se hicieron mal, la cosa está clara.

Si los gatos fuesemos arquitectos, estas cosas no pasarían.

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domingo, 21 de septiembre de 2008

FLANCOS


Definitivamente, me estoy ablandando. Lo digo por el ronroneo: cada vez lo hago más. Esta tarde, sin ir más lejos. Estaba el calvo vegetando en el sofá -su actividad más frecuente-, y me ha agarrado de repente para depositarme en su panza. Y yo, en vez de largarme corriendo, como sería lo habitual, mira, que me he quedado. Y no sólo eso: me he puesto a ronronear como una condenada. Como te lo cuento.

Sé, porque me gusta instruirme, que esto del ronroneo es propio de gatos jóvenes, y que, con la madurez, suele ir desapareciendo. Pero qué quieres que te diga: me preocupa. Yo es que, ya sabes, tengo mis puntos débiles. Otra cosa muy distinta es que los reconozca.

Desde siempre me ha gustado hacerme respetar. Dosificar los cariños y prodigar los bufidos. No voy a engañar a nadie: en tanto que gata, mi prestigio reside en mi altivez. Para sumisión estúpida, los perros, ya lo sabes.

Por eso, esta tendencia mía al arrullo empieza a tocarme la moral. Voy a ponerle freno desde ya.

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viernes, 19 de septiembre de 2008

AMBIENTES


Ayer, los panolis me trajeron un rascador. Que no es propiamente un rascador, sino un cuenco de bambú del Ikea. El calvo es que está enganchado al Ikea. Como se las da de finolis, ya sabes, pretende tener mano para la decoración. Pretende tantas cosas...

A lo que iba: que es muy del calvo dar a los objetos un uso distinto al que originalmente deberían tener. El cuenco, mismamente. Ya me dirás tú qué pinta un cuenco como rascador. Pero bueno, tampoco pintan nada dos mesitas de jardín como mesillas de noche y bien que las tiene.

En el fondo, me lo han comprado porque es barato. Los tengo más que calados. A veces los he escuchado discutir sobre lo caros que son los rascadores auténticos. Y que son bastante feos, según ellos. Yo, ni entro ni salgo: nunca he visto ninguno.

Es que lo de las uñas se va conviertiendo en un problema, ya lo he dicho alguna vez. Es curiosa la sensación de que te vayan creciendo armas en las manos. Entre eso y que ya tengo bastante fuerza, un arañazo mío empieza a tener carácter preocupante.

Igual van a tener razón y me conviene darle al bambú. También por lo relajante. De vez en cuando me entra como una ansiedad que no sé de dónde sale. A lo mejor, rajando el cuenco me desestreso. No pierdo nada por probar.

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jueves, 18 de septiembre de 2008

TRÁNSITOS


El calvo se queja de que cago mucho. Lo dice cada día, cuando me quita la mierda de la arena. Tiene una pala pequeñita, con agujeros. Está muy bien pensada: recoge las cacas, y la arena se escapa por los agujeros. Una cosa utilísima.

Yo, la verdad, es que no sé qué pensar. Sí que es cierto que voy de vientre varias veces al día, pero qué se yo si mi frecuencia es o no normal. Para eso están los entendidos. Que le pregunte a la veterinaria si tan preocupado está.

Una cosa fascinante, eso sí, es este instinto nuestro de esconder lo evacuado. Aquí voy a parar, una vez más, a mi desprecio por los perros. Como siempre he dicho, qué se puede esperar de un animal que no es capaz ni de recoger su propia mierda.

Pues lo que te decía: que somos limpios por naturaleza. A veces, después de aliviarme, amago con irme y dejarlo ahí, sin más. Pero oye, que es que no puedo. A los dos segundos estoy volviendo a taparlo. Un instinto, vamos, la palabra lo dice todo.

La rubia, últimamente, protesta bastante porque otros gatos vienen a cagarse en el jardín. En la zona de los rosales, sobre todo. Qué le vamos a hacer: hasta en las especies más refinadas hay garbanzos negros. La excepción que confirma la regla, vamos.

Los gatos callejeros, ya se sabe, suelen caer en la marginalidad. La vida en la calle, que es leonina, no admite demasiados refinamientos. Es un problema social al que no se le pone solución. Intereses creados, seguro. Yo, por suerte, lo digo siempre, pude escapar de un destino más que incierto y llegar a lo que hoy soy. Lo que no quiere decir que reniegue de mis orígenes. No soy de ésas.

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martes, 16 de septiembre de 2008

INSPECCIONES


Ya van varias veces que me sorprendo olisqueando entre la ropa interior de los panolis. Como son tan desastres, se dejan la puerta del armario abierta, y zas, allí que voy.

Que me he llegado a preocupar, por si fuera esta manía mía de olisquear calzoncillos, bragas y sujetadores alguna parafilia sexual en estado latente. Una nunca termina de conocerse, ya sabes.

Ya más calmada, creo que lo que me mueve es la pura curiosidad hacia algo que yo jamás usaré. Es que yo, como es lógico, me muevo desnuda por la vida. Como mi madre me trajo al mundo, a excepción del collar, claro. Soy como esos gatos de dibujos animados que sólo llevan un sombrero o una corbata. Los humanos soléis trasladarnos vuestra ridiculez. Por eso, en cuanto puedo, me quito el collar. Yo es que estoy por el naturismo, huelga decirlo.

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lunes, 15 de septiembre de 2008

DISFRACES


Anoche, el calvo puso una peli argentina. Es muy de él: voy a poner una peli argentina. O francesa. O alemana. O americana, pero en inglés, y subtitulada también en inglés. Tengo clarísimo por qué lo hace: para marcarse, para decir qué intelectual que soy. Porque si no, tú me dirás qué sentido tiene ver algo que apenas entiendes.

El calvo es que tiene muchos complejos. Arrastra desde siempre un querer aparentar, saber, parecer. Veo en su actitud un permanente deseo de ser quien seguramente no es. Porque ya ves tú lo que puede ofrecer: un diploma en una pared, que sirve más para coger polvo que para otra cosa.

Ahora, ya lo he dicho alguna vez, le ha dado por escribir. Tú me explicarás qué puede escribir alguien que no lee. Si da gracias a que sabe dónde tiene la mano derecha. La edad, lo tengo clarísimo: se ve metido en los cuarenta sin haber hecho ni un diez por ciento de lo que quisiera.

Y no es que critique por criticar, al contrario: en el fondo, le tengo ternura. No es mal tipo, al fin y al cabo. Un poco neurótico, un poco insatisfecho, un mucho mediocre. Nada que no lleve escrito en la cara.

Un medianía, en resumen. Pero qué le voy a hacer: me pone la comida y me quita la mierda. Tendré que hacer ver como que lo respeto y todo eso. Qué remedio. Yo, ya sabes, siempre tengo clarísimo qué es lo que me conviene.

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sábado, 13 de septiembre de 2008

VERICUETOS


Ayer me metí en la lavadora. La vi abierta, cargada de ropa, y no pude evitar entrar a echar un vistazo. A mí es que la ropa amontonada me apasiona. Actúa como de colchón mullido. Ideal para revolcarse.

Ya he dicho muchas veces que yo es que me meto en todas partes. Es una de las principales ventajas de ser gata. Que te metes donde te da la gana. No como la perra del vecino, que con sus treinta y pico kilos, aún gracias que puede meterse en su caseta.

Ya digo, la agilidad es patrimonio nuestro. Saltas hasta donde quieres, te cuelas donde te sale de las narices. Ideal, vamos, y no es porque yo lo diga.

Un sitio que me atrae profundamente, por lo prohibido, es el garaje. Me tienen ultrarrestringida la entrada. Es que cuando me cuelo, lo primero que hago es meterme debajo del coche. Y claro, se lían con un palo de escoba a ver si me hacen salir. Me puedo tirar así un cuarto de hora. El calvo pilla unos cabreos que te cagas.

Y por cierto, que me llevé otra bronca por esparcir la arena por la cocina. Es que, cuando me la cambian, es verla tan limpia, con ese olor a nada, que de la pura excitación, me lanzo dentro a revolcarme y los granitos salen despedidos a varios metros de distancia. Y ya tienes al calvo gritando.

Yo creo que lo que le pasa es que está amargado.

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miércoles, 10 de septiembre de 2008

CREDENCIALES


Hace ya bastantes días que no me bufo. Y es curioso, no siento la necesidad de hacerlo. A veces, es cierto, los panolis me hacen cabrearme, el calvo sobre todo. Como tengo bastante carácter, cuando me cabreo, suelo perder el mundo de vista. Muerdo y araño, huelga decirlo. Sin embargo, mientras que antes, en el colmo de la excitación producida por el enfado, terminaba erizándome y bufando como una condenada, ahora no, y la verdad es que me extraña.

A lo mejor va a ser porque estoy madurando, porque aprendo a controlar mi genio. Que lo sigo teniendo, no vayas a pensar. Ahora me enfado, pero con moderación, sin esa tendencia apocalíptica que antes me dominaba. Ahora, un par de bocados, un arañazo justo a tiempo, y ahí queda la cosa. Es fascinante, oye.

Cuando me bufaba, en el fondo, disfrutaba como una enana. La primera vez fue con la perra del vecino, ya he hablado muchas veces de ella, así que no voy a extenderme. Tendría yo mes y medio, más o menos. El calvo se asustó al verme hinchar el rabo mientras me tenía en brazos. Luego, ya más asentada en mi nueva casa, me daba por bufarme delante de la rubia, así, sin venir a cuento. Que la rubia, era verme y se acojonaba, y a mí me gustaba dirfrutar de ese poder.

Y ya me ves, aquí tan aplacada, sin ganas de aterrorizar. Va a ser porque me empleo demasiado a fondo con la rata de trapo. Descargo con ella demasiada adrenalina, y claro, luego no estoy para nadie. Tendré que moderarme. En esta vida, todo hay que hacerlo con moderación. Me lo dijo mi madre, siendo yo casi recién nacida, un día en que, de todo un nido de gorriones, sólo se comió a uno.

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martes, 9 de septiembre de 2008

TIRRIAS


A veces, sin darme cuenta, me precipito. Como ayer mismo, que dije que uno de mis anhelos es sentirme realizada. Y no. No es que no quiera, en el futuro, complacer mis expectativas, es que no soporto a quien a eso lo llama realizarse. Y por qué lo dijo, pensarás. Pues por eso, porque me precipito, porque quiero expresar una idea, y en el camino me atropello.

No es otra cosa que precipitarse hacer uso de expresiones que, ni van con una, ni te satisfacen. Y es que yo soy mucho de cuidar el lenguaje. Me gusta el habla franca, lo que no quiere decir vulgar. Si hay que decir cagar, se dice, pero con educación, que diría aquél.

Lo de la realización personal es que me da una manía que no puedo. Yo es que soy muy de manías. Cuando le cojo manía a algo o a alguien, es para toda la vida. Primero empieza un ligero resquemor, luego, viene la manía, y, finalmente, el desprecio.

Aún así, entiendo que, para mis enemigos, el desprecio es casi un honor. Ser despreciado significa, al menos, ser tenido en consideración -aunque sea mala- por el otro. Es muchísimo peor ser ignorado. Y a mí, ya sabes, no me gusta que me ignoren.

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lunes, 8 de septiembre de 2008

METAS


Comentario tras comentario, compruebo que lo que cuento, a veces, levanta ampollas. Lo cual, huelga decirlo, me satisface: no creo en otra expresión que no sea la brava, la contundente.

A mí, ya lo he dicho, no me gusta dejar indiferente. La indiferencia -me repito, ya lo sé- es para los medianías. Yo, en esta vida, aspiro a llegar a algo, a sentirme realizada, a morirme el día de mañana con la satisfacción del deber cumplido.

Anticipándome a algún gracioso que minusvalore mis hechos, diré que, como gata doméstica, pretendo ser, simplemente, la mejor. Que la mejor no será la más sumisa, ni la más dócil, ni la más simpática.

La mejor será, sencillamente, la mejor. Y ésa voy a ser yo.

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viernes, 5 de septiembre de 2008

TEDIOS


Hoy, desde luego, ha sido un día de lo más aburrido. De vez en cuando, me entra como una modorra que no hay quien me levante del sofá. Me he pasado toda la tarde dormitando. También es que está nublado, y, la verdad, me afecta al estado de ánimo.

Total, si no sale de casa, qué más le dará, dirás. Pues sí, me da. Los días que hace bueno, me tumbo encima de la mesa del comedor. Como los panolis levantan la persiana de la ventana que queda justo al lado, me da el sol de lleno. Un calorcillo la mar de agradable.

El calvo es que se pasa el día frente al ordenador. Es que ahora le ha dado por escribir. Aún se querrá creer que tiene talento y todo. Desde que le publican sus escrituchos está que no hay quien lo aguante. Un cantamañanas, lo que yo te diga.

A lo que iba: que me voy a ver si meriendo. En ratos de asqueo total, me meto a la cocina y pico un poco. Sí, ya lo sé, lamentable, pero qué quieres.

Eso, que me he levantado con la pata izquierda.

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jueves, 4 de septiembre de 2008

RINCONES


No sé qué me entra, que me da por esconderme. Así, de pronto. Estoy tan tranquila, y me viene un impulso irresistible de meterme debajo del sofá, por ejemplo. O de la esterilla. O del mueble del comedor. Me quedó ahí, un rato, agazapada, esperando no sé exactamente qué.

Y aunque parece una fruslería, tiene sus inconvenientes. Mi tamaño, mismamente. Que a veces me cuesta un huevo salir de donde me meto, aunque esto creo que ya lo dije. Es lo malo que tiene imponerse un artículo diario, que una, a veces, se repite.

Otra cosa: trago una de polvo que te cagas. Los panolis, unos cerdos, podrían barrer debajo de los sitios, pero mira, con tal de hacer lo mínimo.

Lo malo de ser un animal depredador, ya digo, son estos instintos irrefrenables. Porque qué necesidad tengo yo, así, sin venir a cuento, de estar medio día metida en los lugares más inverosímiles, pero ya te digo, que te entra una cosa así por el cuerpo que no puedes evitarlo.

Pero, bien mirado, me sirve de ejercicio. Aunque sea de mantenimiento.

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miércoles, 3 de septiembre de 2008

RUIDOS


Anoche me quité el collar. Estaba hasta la coronilla del martilleo constante del cascabel. Me puse a ello en una esquina del sofá, hasta que, pim, pam, solté la trabilla, y se hizo el silencio.

Sin cascabeleo que me delate, me meto donde me da la gana. Aparezco debajo de una mesa, o los sorprendo de un salto mientras ven la tele sin que me oigan llegar. Es, de hecho, este silencio el que me permite desarrollar todas las potencialidades que la Naturaleza me ha otorgado. Tú me dirás si iba a cazar algo con el dichoso tintineo precediéndome.

De todas formas, poco me ha durado la alegría: hace un rato, el calvo, en un momento de descuido, me ha inmovilizado, y otra vez cascabel. Llevo un cabreo que te cagas. Esta noche, en cuanto se siente a cenar, le voy a meter un par de arañazos que lo va a flipar. Entre los dedos de los pies, aprovechando que lleva chanclas.

Éste, a mí, aún no me conoce.

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martes, 2 de septiembre de 2008

ÉXITOS


La cosa está clara: gusto. Lo sé porque, cada vez que alguien viene de visita, me pone por las nubes. También porque el contador canta: cada vez tengo más lectores. Lo que empezó como un mero entretenimiento está convirtiéndose en el eje de mi vida diaria.

Y es que, a priori, la vida de una gata -de raza, eso sí-, parece algo poco propicio a despertar el interés del cibernauta. Pero qué coño, que gusto. Decirlo así me da como un subidón.

Y no es que quiera caer en la vanidad fácil. A pesar de lo que baladroneé el otro día, en realidad me cuesta reconocer mis aciertos, a veces más de lo conveniente. Por eso, me obligo a mí misma a repetirme lo evidente: que soy seguida, que se me admira. La modestia es cosa de medianías. Me lo dijo una vez mi madre, al poco de nacer.

Querría agradecer a mis seguidores sus muestras de complicidad, pero es que soy de natural reservado para con las emociones. Me cuesta expresar mis afectos, ya me lo dice el calvo.

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lunes, 1 de septiembre de 2008

TEMPOS


Sin comerlo ni beberlo, ya tengo tres meses. A escala felina, estoy dejando la tierna infancia para encarar la adolescencia. Hasta ahora, el transcurrir de los meses no ha hecho otra cosa que fortalecerme. Ahora, cuando les muerdo las manos, me meto en líos cada vez más gordos. Mis dientes se han vuelto más peligrosos. La rubia puede acreditarlo.

A mí, el paso del tiempo me fastidia. Comparto con el calvo esa renuencia al avance del calendario. En su caso, vive en un permanente añorar. Cuando tenía pelo, cuando se emborrachaba cada fin de semana. Yo, al igual que él, me desvelo pensando en qué será de mí cuando la energía me abandone, impidiéndome, por ejemplo, saltar a la primera al sofá.

Que seguramente estas preocupaciones mías son absurdas, dada mi extrema juventud, pero mira, el calvo me las ha contagiado. Ya se sabe que dos que duermen en el mismo colchón se vuelven de la misma condición, y, últimamente, estoy cogiendo el vicio de acurrucarme a su lado.

Si es que, en el fondo, soy una sentimental. Cachislamar.

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